lunes, 30 de marzo de 2009

Green Andalus Reduced. Capítulo 2: Antes de lo peor nos salvan la vida.

Suena el despertador. Vuelve a sonar y nos vamos despertando. Son las 7:30 y estamos en la habitación del hotel en Martos preparados para empezar una jornada larga en la que el principal aliciente del día será ver una cueva de murciélagos en Zuheros que es famosa en la zona. Marcos se ducha de nuevo por la mañana y yo aprovecho para estirar un poco. Anoche lavamos la ropa en la habitación y la pusimos a secar. Por suerte, está seca. Bajamos a recoger las bicis y a desayunar. Unas tostadas con aceite y tomate, con mantequilla y mermelada, café y andando. A las 9:00 aproximadamente estamos andado. Salimos a la vía verde que por fin habíamos encontrado la noche anterior. Antes, nos sellan el pasaporte de las vías verdes en el polideportivo de Martos. La elección de la ropa es algo importante como se demostraría el último día. Anoche nos pusimos un paravientos gordo para soportar el frescor de la noche jiennense, pero esta mañana, con el sol ya mostrando todas sus imperfecciones, yo opté por el paravientos fino arriba y el culotte corto abajo. El primer punto kilométrico que vimos fue el 25 me parece. De allí a nuestro objetivo, la cueva de los murciélagos, había 50 kilómetros. El plan original para hoy era el siguiente: salir de Alcaudete (primera cagada porque no habíamos llegado), 25 km más adelante parar para ver la cueva de los murciélagos, continuar otros 35 kilómetros para terminar la vía verde dela Subbética, volver a Alcaudete (otros 60 km) y desde allí bajar 15 km hasta Castillo de Locubín. En total, 135 km. El problema es que ahora teníamos que hacer 25 km más porque no habíamos llegado a Alcaudete. Como íbamos justos de tiempo, empezamos a rascarle un poquito a la bici por la mañana. Tomamos consciencia de lo que nos queda y decidimos coger un ritmo más normal que nos permita terminar la jornada sin vomitar. No hay muchas cosas destacables a lo largo de los 50 km que tuvimos que hacer hasta Zuheros. Pasamos por varios cortados preciosos por los que bajaban riachuelos y cruzamos varios viaductos tremendos a cientos de metros del suelo. Desde ellos se veía un paisaje espectacular con montañas jóvenes terminadas en picos y vestidas de olivos hasta sus últimas consecuencias. Probablemente el paisaje fuese mucho más atractivo antes de que se infectaran de olivares cada una de las montañas que pudimos ver ese día, pero eso era lo que se presentaba de aquí al final de la jornada. Llegando a Zuheros, encontramos el pueblo de Luque. Es un conjunto de casas blancas construidas en un risco empinadísimo, al que se accede a través de unas curvas de herradura que marcan el cuerpo del pueblo, zigzageante. Por suerte no tuvimos que ascender ya que quedaba a la izquierda de la vía verde, pero 5 km más adelante teníamos Zuheros. Hay algo que diferencia a Zuheros de Luque. No es el hecho de que estén construidos en lo alto de una montaña de aristas, en la vertiente más inclinada de un monte que sube hacia arriba como una navaja que queda pinchada en el suelo por la parte posterior. Esa característica es común a los dos pueblos. El blanco de las casas es también algo que los hace hermanos, como vivir en la umbría de la sierra. Sin embargo, dos detalles al menos los hacen inconfundibles. El primero es que el paisaje a partir de Zuheros cambia radicalmente. De repente, como si hubiese un acuerdo con la naturaleza, el olivar deja cierto espacio a flora autóctona que adorna salientes preciosos ornamentando la vía verde y que a su vez la encierran en pasillos de rocas por las que brota el agua espontáneamente generando regueros de líquenes y musgos que viven gracias a esa particularidad natural. La segunda característica nos la comentó la chica de información y turismo de Zuheros, oficina situada en la misma vía verde, la cual estaba a unos 2 km del Pueblo. Le preguntamos si nos da tiempo a ver la cueva de los murciélagos. Eran las 12:00 y a las 12:30 teníamos reservada la entrada. La chica no duda en la respuesta, dice que no. A mí me extraña porque estoy viendo el pueblo a la vuelta de la esquina (aunque tirando para arriba) y no veo que haya que tardar tanto. Sin embargo, la cueva no está en las pendientes que suben al pueblo. Tampoco está a nivel del pueblo la mencionada cueva. La cueva parece estar en lo alto del risco en el que se encuentra el pueblo, que se eleva mucho más allá del mismo y donde se puede acceder a través de una carretera que ahora, al fijarnos, descubrimos. Más allá del pueblo asciende una pendiente tremenda, una cuesta de 4 km al 10% de media que, según la chica, se suele subir cuando la vuelta a España pasa por allí. A mí me da la risa. No paro de mirar la cuesta y de pensar en las alforjas, la bolsa y la mochila, y me da la risa. Pienso en 4 km al 10% con bicis de 14 kg y con un peso extra de otros 5 o 6, y me da la risa. El sol ya había empezado a calentar y nos habíamos deshecho de los paravientos, así que me imaginaba lo que íbamos a sudar subiendo tamaña pendiente. Preguntamos por el segundo pase para ver la cueva, y la chica nos dice que a las 16:30. Tenemos tiempo de hacer otras cosas antes. Las discutimos, y al final la decisión es salomónica. Vamos hasta Cabra que está a unos 13 kilómetros, comemos allí, volvemos y subimos a ver la cueva, volvemos por la vía verde para atrás hacia Alcaudete, y de allí a Castillo de Locubín. En total, hoy nos saldrían 132 km si sólo llegábamos a Cabra (a unos 15 km del final de la segunda vía verde), y no era cuestión de hacer muchos más si teníamos pensado subir el cuestón. Dicho y hecho, nos vamos para Cabra, descubro que mi cubierta está reventada y tengo que comprar dos, una para cada rueda, comemos allí, pero al final, nos dan las 16:30 en el pueblo. No hay cueva de los murciélagos ni subida espectacular. En fin, a pesar de eso la jornada no va a estar mal con los 132 km. En el camino de vuelta vemos a un pastor con un chivo recién nacido en sus manos. Nos paramos a hablar con él y, sorpresa, otra cabra pare delante de nosotros. Ya habíamos hecho otra cosa memorable hoy. La vuelta a Alcaudete tampoco tiene mucho que destacar como ocurriera en la ida. Tan sólo dos detalles. El primero, intento ponerme de pie en la bici cuando nos faltaban 10 km para llegar y veo que las piernas me dan un toque. Llevamos unos 107 km y hemos comido fatal en Cabra. Nos pusieron todo grasa y proteína, y lo que nos hacía falta eran hidratos de carbono, pero no encontramos nada mejor. Lo dicho, con 107 km las piernas parece que me dicen que no intente hacer virguerías porque la jornada dura viene mañana. Le informo a Marcos de la circunstancia y él va más o menos callado. Tiene cara seria y concentrada y va a un ritmo constante que no se altera. Pienso que él también debe ir justo. La tarde va cayendo y ya nos alumbran los últimos rayos del sol, esos que hacen una curva sobre las montañas para ayudar a gente inconsciente como nosotros que a todos sitios llegamos tarde. De pronto una cuesta no muy pronunciada, pero respetable para la paliza que llevábamos donde se produce la segunda eventualidad destacable. A Marcos le pega la que yo estaba esperando que me pegase a mí. Se queda vacío y le da la pájara. Eso es lo peor porque ya no hay manera de recuperarse y además me preocupa el hecho de que mañana sea la jornada dura. No es fácil sufrir una pájara y estar bien al día siguiente. Llegamos tortuosamente al cruce que nos lleva a Alcaudete, y ahí aprovechamos para ponernos el aparataje nocturno puesto que se hacía de noche. En esto que ocurre la circunstancia de la jornada. Vemos a una pareja en bici y les preguntamos dónde van (amigabilidad ciclista). Hablamos con ellos y nos informan que lo que nos queda de aquí a Castillo de Locubín, unos 20 km, está plagado de cuestones por una carretera peligrosa. Nosotros nos miramos y nos reimos por no llorar delante de la gente, y de repente se produjo el milagro, la buena acción, la visita de Dios para ayudar a los ciclistas. David y Mireya, así se llamaba la pareja, nos ofrecen subirnos a Alcaudete para quitarnos 4 km de cuestas. Llevan la furgoneta del pan del padre de David, el panadero del pueblo, y allí caben las cuatro bicis y nosotros cuatro. Marcos, sorprendentemente, pone un poco de cara de duda, pero al final les decimos que sí porque nos harían un favor grandísimo. En ese momento llevábamos 117 km, Marcos estaba ya con la pájara y a mí estaba a punto de darme (sin duda lo habría hecho en una de esas subidas). Nos montamos en la furgoneta haciendo contorsionismo y comienza la ascensión. Ángeles venidos del cielo eran. Lo que nos quitaron de encima. Ya en noche cerrada comprobamos que la carretera era malísima (por el tráfico y la ausencia de arcén) y que las cuestas eran continuas y nada desdeñables. La conversación, su bondad infinita o nuestra cara de derrotados completaron el favor. David y Mireya nos acercaron los 20 km que nos faltaban hasta Castillo de Locubín. Gracias porque habríamos sido devorados por el lobo y la hiena que vimos en la primera jornada. El hostal en Castillo de Locubín precioso, pero al día siguiente nos quedaba la jornada dura.

2 comentarios:

Unknown dijo...

menuda la segunda jornada!!más emocionante incluso que la primera!no acabo de enterarme qué le pasó a Marcos?!!?dnaos más detalles!no es que me de morbo,sino q par aclararme!!estaba segura que no llegaríais a ver la cueva de lso murciélagos,jajjjjaj,y mi pregunta es,si tan famosa es,¿por qué no subísteis en transporte público/coche/carro con burro/etc.? qué os dieron de comer tan malo como pra que os de la pájara?!!?me he imaginado la cuestecilla esta por donde pasa la vuelta ciclista y tiene pinta de ser muy interesante, jejjej,aunque no sepa calcular cuánto es el 10%.la pareja que os encontráisteis y con la que subísteis al sitio de nombre peculiar,eran chicos o chico y chica?doy por hecho q no eran tías,porq en caso de haber sido así habría algún comentario al respecto.qué es eso que se te rompió en las dos ruedas??veo que llegásteis al palacete este famoso, hasta dónde os llevaron en una furgo, pero y luego??os quedásteis a dormir allí?por mucho que visualice la situación,todavía no acabo de ver lo más de 100km...pero no pasa nada, me lo creo!!jejejj
P.S. en la primera parte dices que tienes el GPS de tu primo, me parece fatal!!si se hace un viaje así,no se usa un GPS,se usa una brújula,como sería lo correcto,igual que indiana jones!!tú te imaginas si él tuviese un GPS!¿¿¿????

Manuel Palomares dijo...

Lo que le pasó a Marcos es que se quedó sin energía, que le dió una pájara increible porque se le agotaron las fuerzas (a mí me iba a dar un poco después). El tío iba serio porque iba muy cansado y todavía nos quedaban muchos kilómetros por hacer. Lo de la cueva de los murciélagos fue una pena porque si llegáis a ver dónde estaba habríais flipado (pedazo de risco). No pudimos subir en transporte público porque aquello es un pueblo de 4 habitantes y porque nuestro orgullo habría quedado muy herido. Lo de la comida fue cagada nuestra. En vez de pedir pasta, nos fuimos a un bar donde sólo tenían carne, así que nos quedamos sin hidratos de carbono que es lo que necesitábamos urgentemente. Por perros no nos fuimos del bar y luego lo pagamos.La pareja que nos escontró eran un chico y una chica. Luego dicen que los ángeles no tienen sexo. Lo de las ruedas que se me rompio es la cubierta (el neumático). Se le hizo un güevo increible a la cubierta de alante, y como no paraba de tener pinchazos en la de atrás, decidí cambiarla también. Fue un acierto. Cuando llegamos a Castillo de Locubín nos quedamos a dormir en una hospedería preciosa que os iba a haber encantando. Una habitación muy colorida, que olía muy bien, donde teníamos cocina y frigorífico y todo muy bien cuidado. Además al día siguiente nos pusieron un desayuno que no veas. Y lo del GPS llevas razón. La próxima vez que hagamos algo así, intentaré no llevármelo y llevarme una brújula y un mapa. Además tampoco me llevaré mechero y encenderemos el fuego con piedras. Bueno, de momento vamos sin GPS.